En el silencio de la noche te encontré recostada junto a mí, los negros
rizos de tu cabello rozaban de a poco mi piel que se conjugaba con la tuya en
una caricia de amor que iba mas allá de tu razón de existir y la mía. Juntos tu
y yo, bañados con la débil luz de luna que se colaba por las ventanas de
aquella habitación desolada de orgullos, prejuicios y condenas, vimos renacer
un lucero que se asemejaba a una lumbre lunar, a un ángel que de un cielo había
bajado y al visitar nuestros cuerpos que se unieron por la pasión debimos
quedar en medio de un mar de un azul arremolinante que de pronto sucumbía a los
deseos que se desataban en medio de aquella morada del cielo en esta tierra.
Recordaba como la noche pasaba por nuestra puerta y el aire fresco de un
atardecer a la Toscana nos visitaba y donde caíamos en la cuenta que el tiempo
voló muy lejos de nosotros, nos dejó totalmente solos, a merced de nuestros
destinos, a merced de tus ojos y de el dulce sabor de tu boca, doncella que ya
junto a mi cuerpo habitas, con hilos de plata te cocí a mi piel, tu alma se
buscó un sitio en mi corazón que palpita sin razón por ti, y recibe el calor
que tu amor expide y entre sabanas tu aliento sabor a gloria reside y se
revuelca entre tu piel y la mía como cielo que deja caer gracias al sentimiento
eterno.
Aun escucho tu cadencia al respirar, y como me dejas solo en este
terreno de batalla ¿y qué haré? Será
esperar a que vuelvas como lo hace la parsimonia de tus pasos sobre un suelo
hecho de lagrimas de risas, sabor a vino en compañía de un alma gemela, se
siente como caminar entre abrazos fronterizos entre el odio y el amor, entre tu
deseo y tu dios, se siente también que ya te extraño amor mío, ya extraño como
en el silencio de la noche desperté y aún estabas a mi lado, y caí en la cuenta
que estaba soñando, que no has dejado de quererme y que de mi te has quedado
para amarme. Y sentado al filo de este campo de batalla entre el amor y la
pasión llamado cama veo como por entre las rendijas de la ventana se abre paso
a codazos pequeños rayos de un sol naciente que me dice que esto es para
siempre, que me dice que lo que me juraste la noche anterior es para siempre. Y
cuando me abrazaste y vimos nacer un nuevo día supe que eras mi musa, supe… que
eras mi esposa.
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