Te esperaba sentado donde me dejaste. Te esperaba mirando al cielo
diciéndole a quien estuviera allá arriba que te trajera de vuelta. Te esperaba
sentado al filo de un sueño que se volvía pesadilla a cada segundo que me
quedaba sin tu recuerdo. Simplemente te esperaba.
“Algún día volveré” me dijiste mientras te alejabas de mi, soltando mi
mano que temblaba por decir ADIOS, y en aquel lugar aguardé a que me estuvieras
observando y haciendo desaparecer todos mis miedos, todas mis mentiras, todos
mis demonios, pero nunca llegaste. Es difícil decir que te olvidé, pues mírame
ahora, aquí estoy pensando en ti, pensando si volviste en el momento que me fui
y diste vuelta para nunca más volver o si alguna vez llamaste a mi puerta y yo
por miedo a mirar la desgracia me escondí entre mis pensamientos y sin decirte
nada te clamé a gritos desahuciados “¡Vete ahora!”. Aun no sé el por qué nunca
volviste.
Te esperaba sentado junto a mi cama, quizás esperando que la muerte me
llevara entre sus dulces alas a un sueño eterno del cual despertaría cuando
volvieras a decirme “TE AMO”, pues ese es el remedio para mi locura, pues el
amor es una locura que te cala hasta los huesos y tu alma hasta que ya no hay
vuelta atrás. Te esperaba sentado a la orilla de un olvidado muelle donde veía
nacer y morir el Sol cada día, preguntándole si en alguna de sus aventuras se
había topado contigo y que te dijera que aun te esperaba, que aun te amaba, y
que aun añoraba tenerte entre mis brazos como lo hice alguna vez en ese mismo
muelle de viejas lunas, las cuales observaban nuestros cuerpos hecho uno y
donde confesamos nuestro amor al espejo del alma, al espejo que todo lo ve,
hasta las más dolorosas despedidas: el mar.
Te esperaba como lo hacía todas
las tardes, en el entrecruce del pueblo, y mis amigos me decían que perdería mi
vida esperando un momento que nunca volvería, que te habías ido para siempre y
que el amor que nos prometimos un día solo fue un fantasma del pasado, pero mi
esperanza y mi fervoroso corazón me pujaba a seguir adelante, a no decaer por
lo que me decían. “La realidad –me contaba –es una demencia de la cual no hay
vuelta atrás y si escuchas las mentiras perderás la inocencia del ensueño en el
que vives ahora” pero en este presente comprendo esas palabras a la perfección
pues me dispongo a dormir para no despertar y me doy cuenta que ya mi tiempo se
paso en un sueño que no volverá. TU NO VOLVERÁS.
Y así me pasé el tiempo, cayendo en la razón de que te había perdido
pero mi fe no decaía por nada, mi sueño eras tú, y mi sueño no podía morir, el
sueño no tenía derecho a morir. Ahora soy un hombre que camina por el mundo a
solas, acompañado del viejo fantasma de un amor que zarpó hace ya 72 años en un
velero llamado “Soledad” y aun te espero, dulce néctar de la vida, para que me
nutras no en esta vida sino en la que sigue, pues estoy seguro que allí sí te
encontraré.
Sentado a la orilla del viejo muelle me dejé devorar por las tranquilas
aguas de la medianoche, era un oscuro agujero de la otra vida, y de a poco fui
descendiendo mientras sentía como tus manos me acariciaban como lo hicieron una
vez, y escuché las palabras que algún día busqué en vida. Tranquilamente
dijiste:
“Amor, desde hace mucho… TE ESPERABA”
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