Aun se quedó grabado a fuego en mi mente, aquella noche en la que
supimos que no quedaba mas que amarte y como lo había testificado las estrellas
que reposaban felizmente sobre aquel lienzo oscuro que se asemejaba a una
pintura abstracta que solo tú y yo conseguíamos entender, esas estrellas que
solo nosotros pudimos ver.
Posaste tu cabeza sobre mis piernas y singularmente te acariciaba el
cabello mientras te veía a esos ojos castaños que se iluminaban por el reflejo
que devolvía ese cielo estrellado que servía como bóveda y eterna madre de la
noche que vivimos. Aquella sonrisa no se desvanecía y de a poco nos sonrojamos
como tontos que sin ninguna excusa más que querer nos acostamos sobre aquella
pradera desolada, lejos de toda mirada imprudente de algún curioso que quisiera
ser parte de algo que tú y yo solo conjugábamos.
Ese feliz momento fugaz que vivimos los dos, se desvaneció cuando como
granos de arena en mis manos, te desvaneciste en medio de un halo blanco, en
medio de todo mi amor, no te despediste solo te convertiste en un pequeño punto de luz. Estuviste frente a mi
varios minutos, flotando sobre el suelo que sintió que estábamos solo tú y yo
pero luego fuiste ascendiendo poco a poco como despidiéndote de esta tierra y
lo que conociste un día. Recuerdo que en ese momento soplaba un fuerte viento
que me heló hasta los huesos, cubrí mis ojos con lagrimas de esperanza de que
algún día te vería otra vez y como si hubieras leído mis pensamientos aquella
brisa se tornó en un rocío que acicalaba mi piel con una cadencia que da un
calor único, un calor que te invita a beber de tus amoríos cuando crees que
todo está perdido.
Y hoy me quedo sentado hasta la medianoche en esta colina, meses luego
de aquella epifanía, nunca recapacité a donde ibas, solamente que ascendías a
un oscuro lienzo donde te perdías, pero mi fe hacia que sintiera, que sabía dónde
estabas escondida, y hoy es especial pues te vi a la lejanía como llegabas y
reposabas tu cabeza sobre mis piernas y como de rápidamente las lagrimas se
hicieron con mis ojos y cayeron como cataratas en caída libre sobre tu rostro. “¡Te extraño!” exclamé con todas mis
fuerzas y tu solo te resumiste a mirarme y a esbozar una pequeña sonrisa que me
respondió “Siempre estaré cocida a tu
piel” y como cada noche que te visitaba vi como te desvaneciste de mis
brazos y como cayeron cual piedras sobre un rio hacia el suelo, y te convertiste
en luz, nuevamente, y hoy ascendiste más lento, como para no perderte de vista,
y de repente tu luz se hizo más brillante y más grande hasta que cuando te
posas en el cielo supe que ya no era un lienzo oscuro, era una seda clara
y, hoy es el día de tu nacimiento, hoy
es el día en que te convertiste en otro lucero, hoy… es la noche de mi
estrella.
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